Estamos viviendo un momento bonito en cuanto a la alimentación se refiere. Los paladares cada vez son más variopintos y las ganas de sentirse identificados con la alimentación cada vez abre más el espectro de posibilidades o dietas alimenticias.
Pero detrás de toda fruta u hortaliza que nos llevamos a la boca, ya seamos omnívoros, flexitarianos, vegetarianos o veganos, existe una cruda realidad que se llaman grandes multinacionales y especulación. Aquí es dónde, desde una idea utópica que quería cambiar el mundo y hacer llegar la posibilidad de cosechar a partes del mundo no aptas para ello con el fin de erradicar uno de los grandes males que azota nuestra sociedad, el hambre, surgen los cultivos transgénicos y un oscuro mundo de grandes pisando a pequeños.
Los productos transgénicos
La modificación genética se inició en la década de 1970, y los primeros cultivos comenzaron a liberarse al comercio en 1996. Ya para 1999 existían 56 cultivos de este tipo autorizados. Apenas un año después existían 44 millones de hectáreas cultivadas con transgénicos en todo el mundo.
Hoy en día más de la mitad de todos los cultivos mundiales son transgénicos, en lugares como Estados Unidos, el porcentaje llega al 80 y 90% en algunos tipos de cultivos. Argentina y Brasil, por ejemplo, son de los países que más transgénicos tienen, pero apenas llega al 15 y 16 por ciento.
Mediante la tecnología de modificación genética es posible producir alimentos que soporten plagas, que duren más en almacenamiento, que tengan resistencia a herbicidas, insectos, distintos patógenos y a diferentes tipos de problemas ambientales, pero sobre todo, permite a las grandes empresas como Monsanto (http://www.monsantoglobal.com/global/es/Pages/default.aspx) crear soja o maíz que no producen semillas, así que el productor debe comprarle las semillas cada año.
La mayoría de los alimentos transgénicos son los de origen vegetal, pero ya hay animales modificados genéticamente, si bien todavía no están comercializándose.
¿Qué es una planta transgénica? Todo organismo animal o vegetal tiene en cada una de sus células, moléculas gigantes llamadas ácido desoxirribonucleico (ADN), que contiene toda la información necesaria para la vida del organismo.
El ADN contiene genes que lo conforman, y cada uno de ellos es el encargado de la fabricación de una determinada proteína, que son las piezas con las que está formado el organismo. Un ser humano tiene unos 40 mil genes. Un alimento transgénico es aquel que entre sus genes posee uno insertado por el hombre mediante técnicas de ingeniería genética.
Origen de la vida transgénica
Las plantas transgénicas se iniciaron con la llamada “primera ola”, que tenía el fin de aumentar los beneficios productivos y económicos de los productores agrícolas, ya sea mediante plantas resistentes a insectos, hierbas nocivas y hongos; o que puedan ser cultivadas en condiciones y terrenos imposibles para las plantas normales. Un ejemplo de esta “primera ola” es el del tomate que podría ser cultivado en terrenos salobres. Una segunda ola estaba destinada a producir alimentos que le diesen beneficios adicionales a los consumidores.
Estos partieron de científicos y no de empresas, con alimentos más nutritivos, por ejemplo.
Pero lo cierto es que todo se degeneró en megaempresas con alimentos patentados, con monopolios de algunas empresas que dominan casi el total del mercado de los cultivos.
Muchos países han prohibido el cultivo y comercialización de alimentos transgénicos, que no han evitado el uso de pesticidas, como se esperaba, ya que los insectos se han adaptado y siguen molestando a los agricultores. Se han creado cultivos que soportan hasta los peores pesticidas, pero todo lo de alrededor, no sólo las pestes, no tolera semejantes ataques y muere.
Los productos orgánicos
En segundo lugar tenemos a los alimentos orgánicos. Con este nombre se conocen a los alimentos que se alejan del sistema tradicional de cultivos con abuso de pesticidas, herbicidas, y obviamente de los transgénicos.
En diversos países del mundo, Argentina incluida, existen certificadores de alimentos orgánicos, como la OIA, que definen a un alimento orgánico como el “producido en un sistema en el que no se utilizan productos químicos, respetando el medio ambiente, preservando los recursos naturales, manteniendo e incrementando la fertilidad y actividad biológica del suelo, fortaleciendo también la biodiversidad natural y haciendo el sistema más sustentable.
A estos beneficios se le suman que el sabor de un alimento orgánico es inconfundiblemente más rico, por la simple razón de que tiene más vitaminas y minerales de forma natural, no contienen conservantes, ni contaminantes.
Consumo sostenible
La contra de los alimentos orgánicos podría ser que no se pueden enviar a sitios que estén a miles de kilómetros de distancia. Pero como un buen sustentador sabe, qué mejor que no utilizar transportes, y consumir lo que tenemos cerca.
Otra contra, por ahora, es el precio. Al no ser producidos por multinacionales, no pueden darse el lujo de cobrarlos tan baratos, ya que un alimento orgánico es producido en el marco del comercio justo, o sea que a los trabajadores se los valora de una forma acorde, y eso suele ocasionar más gastos que se reflejan en el precio final del producto. Pero a medida que la demanda aumente, irán creciendo las granjas orgánicas, y mejorará el precio.
Los alimentos orgánicos son excelentes, sin duda, pero no se pueden conseguir en todos lados, ya que para ser sustentables no deberían enviarse a miles de kilómetros de distancia. Y hay regiones que no pueden producir sus propios alimentos, así que necesitan comprarlos a alguien más. Para ello todavía será necesario la producción a gran escala. Esto no implica que los transgénicos sean necesarios, ya que vivíamos hasta hace 20 años sin ellos, y bien podríamos seguir haciéndolo.
Pero la realidad que vivimos es esta. Las ayudas de los gobiernos siempre se dirigen hacia las manos poderosas. Los pequeños empresarios de la agricultura no están en los presupuestos oficiales o “extraoficiales” del estado.
Las ventajas que habría que buscar en los alimentos transgénicos, son las que desde hace 10 años se quedaron en utopías de novelas y películas, es decir generar alimentos que puedan sobrevivir en ambientes poco aptos para cultivos, o aquellos alimentos que puedan aportar beneficios al consumidor.
Buscar la posibilidad de adaptar los cultivos a las zonas en las cuáles deban ser plantadas, algo que contribuiría muy positivamente a erradicar el hambre en el mundo y no sólo cultivos que generen monopolios y presionen cada vez más a los productores ante las multinacionales que comercializan sus productos. Pero esas ventajas no les interesan a las grandes empresas, del mismo modo que no les interesan los alimentos orgánicos, porque no pueden hacer millones con ellos.